Nostalgia

EN LOS últimos días, desde que apareció de nuevo en pantalla José María Aznar, se ha instalado en algunas calles de Madrid una brusca nostalgia y cierto júbilo de patria. Es como si desde el pasado algunos vivieran mejor lo actual, tan plenamente faltos de proyecto como vamos. Aznar irrumpió a la hora de la cena para dejar unas frases de doble casco, aunque con ese cierto aire ya de cabo sin borla. No está claro que vaya a volver, pero es probable que regrese su política, lo cual a algunos nos inquieta casi más. Después del advenimiento en plató del expresidente se han armado teorías de mil pelajes bajo un cierto rumor de cacería. Todo este jaleo calculado de Aznar deja ver en el fondo un alejamiento del presente, que es de lo que no puede huir jamás una sociedad, ni su política. Incluso la política que martillean en diferido los suplentes. Qué pedazo de país éste en el que algunos exigen al PSOE renovación mientras que al PP sólo le piden nostalgia.

De todas las retiradas políticas de la vida pública, quizá sea la de Aznar la más catastróficamente organizada. Cuando uno está por propia voluntad fuera de foco debe hacer que su voz se oiga de lejos y en clave, no como un acontecimiento de hilván fantasmagórico y en prime time. Hasta donde sé, no es que el censo haya pedido su rebrote, sino que ha venido a ofrecerse. O mejor, a corregirse, porque al precipicio del marianismo nos echó él como se echa un ñu cojo a los leones.

Repasando la intervención, no he extraído demasiadas conclusiones audaces. Quizá porque no las hay. Sólo veo a un señor cabreado y con el labio de arriba muy ancho que viene a decirnos cómo hace ¡pum! una escopeta. Y la escopeta –claro– es él, como si esto fuera un cuento de Monterroso.

Me da que de ésta no salimos echando la vista atrás y recuperando del baúl a los viejos centinelas de occidente. Esa gente tiene ya el vicio en el cuerpo. Es como si el PSOE confiase el mañana a los póster de Felipe y en IU hiciesen programa con triple by-pass de JulioAnguita. Aznar es más de lo mismo, un tío enfadado que llegó a la tele a pegar la bronca ante lo mal que los suyos lo han dejado todo. Hizo la oposición cruda y cruenta de la derecha, como si aquello no fuese con él. Vino mezclando lo personal con lo político, la biografía con lo ideológico. Así que el resultado fue como uno de esos programas paranormales donde se escucha un jaleo de espíritus haciendo ruido a lo lejos, invalidados por el hechizo de sí mismos. Varados en ese vértigo de los que ya se saben sólo un exvoto de nostalgia.